La policía de las certezas (mientras R. duerme)

Mi amigo R. duerme sin pantallas. Como Arianna Huffington pero de otra manera, porque R. es persona y no gurú.

 

Mientras él duerme, las redes sociales son patrulladas por la policía de la moral, de lo políticamente correcto, de las certezas. Mientras él duerme, los tuiteros censores sueltan las cosas que se pueden decir y que ellos creen que se deben saber: yo, me, mí, conmigo.

 

Mientras él duerme y los autodenominados justos tuitean, yo velo el sueño de mis monstruos y mimo mi insomnio, alimentándolo de ficción y de empatía. Con libros, series, películas y mundos ajenos de los que aprendo todo lo que no sé, que es mucho y va creciendo.

 

Mientras él duerme, yo me acuesto tarde y con los ojos abiertos, escuchando a lo lejos los pasos de los autoproclamados guerrilleros del timeline: patrullan arriba y abajo, decidiendo lo que se debe decir y jalear, lo que hay callar, lo que hay que gritar.

 

Cuando amanece, y sin notar más sueño que ese agujero negro en que se han convertido mis noches, me asomo a los periódicos con chubasquero y botas de agua (no unas Hunter, no, que no soy Kate Moss de concierto: unas botas de goma, altas, impermeables), intentando resguardarme frente al chapapote de las noticias que salpican (negligencia, crueldad, corrupción) y las que no están (lo que no te cuentan, lo que no saben, lo que no les importa). Protegida (insuficientemente, como los enfermeros, como todos) contra las declaraciones de unos y de otros: "espera, apunta a ese alto cargo, que con su negligencia tapamos la nuestra". 



Y miles y miles y miles y miles de tuits.

 

Que sí, que no.

 

Es la cultura de lo efímero. Del chascarrillo. Del grito. Es la cultura de la incultura.

 

Y, entre el barro y la miseria, aparece la luz de alguien como Leila (que escribió esto) y lo tuiteo. Luz en medio de la oscuridad. Lo tuiteo, a ver si alguien se ilumina y encuentra un poco de oxígeno, de paz, de esperanza.

 

Lo tuiteo y en dos segundos recibo dos mensajes del turno de la mañana de la policía social: "ojo, no lo llames oscuridad que te metes en un lío".

 

- ¿Cómo existe la luz sin oscuridad?- le pregunto al patrullero.

- Yo sólo te aviso- me avisa.

- ¿Y por qué no patrullas contra los incontinentes verbales, contra los exhibicionistas, contra los mentirosos, contra los pelotas?

- Ey, no te pases, que lo hago por tu bien.

- ¿Cuál es mi bien? ¿Tuitear lo correcto? ¿Tener más seguidores? ¿Dejarme llevar por la corriente del timeline?

No sé, pregúntalo en Twitter. Yo sólo te aviso, ya sabes, por tu bien.



Y dejamos el cruce de mensajes madrugador y deprimente. Todo por DM (el nuevo SMS de los que tienen iPad y uniforme social).

 

Desayuno, me visto, intento olvidar lo que he leído en los medios. Y encuentro una salida. Creo que voy a hacer como R. pero al revés: no dejaré las pantallas fuera del dormitorio, sino fuera de mi vida. No me interesa la policía social, ni los seguidores, ni la cantidad.

 

A mí me interesan la calidad, la bondad, la gente. Y salgo así de casa, con el insomnio en la cartera y el corazón en un puño, a afrontar esta ciudad tenebrosa en la que vivimos todos, amedrentados, enfadados, rabiosos y con razón.

 

Cierro twitter y pongo en marcha la bici.

 

Suena el móvil.

 

Es el patrullero de lo social, que me lo quiere volver a explicar: "ten cuidado con lo que tuiteas, no vaya a ser que no te sigan".

 

Y le digo que sí, pero...

 

- Ten tú cuidado con lo que eres, no vaya a ser que lo sigas siendo.

 

P.D.: un regalillo para los que buscan luz, para los que son luz. Este texto de Leila. Imprescindible. "Equivóquense. Sean tozudos. Créanse geniales. Después aprendan".